El Concepto de Naturaleza en el
Renacimiento y en Nuestros Días
I CONCEPTO DE
NATURALEZA EN EL RENACIMIENTO Y EN NUESTROS
DÍAS
DR. JUAN DAVID GARCÍA
BACCA
Universidad de Venezuela
Cuando,
hace ya la friolera de unos veinticuatro siglos, Aristóteles se propuso la
cuestión de definirse a sí mismo o darse a entender qué era un ser natural
como planta frente a como una mesa o un banco, no pasó de la afirmación, a
primera vista rudimentaria y somera, de que ser natural es aquél qué tiene
intrínsecas, en sí mismo, las cuatro causas; o bien que tiene en sí, de
por sí, el principio de movimiento y reposo. Es claro que un árbol no se hace
porque un artífice externo, separable, visible aparte se ponga a hacerlo,
como vemos que el carpintero hace una mesa; ni descubrimos por parte
alguna un plano, proyecto, reglas de cálculo, tablas de funciones, tablas
de constantes, modelos de estructuras.. . que guíen su factura; ni nace y
crece un árbol después de haber alguien preguntado y decidido tras madura
reflexión si conviene o no para ciertos fines que haya árboles, o que
llueva.
Un ser
natural, naturalmente existente —como árbol, el agua corriente, el aire
que respiramos—, es porque sí, de sí, para sí, en sí. De sí y en sí, porque sí, para sí,
y no de otro realmente distinto, y presente y agente aparte. De ahí la dificultad de admitir un
Autor de la Naturaleza, que,
por de pronto, no se ve ni puede verse por parte alguna.
Espontaneidad.
Ocultamiento de causas. No veo otra frase castellana más expresiva
que esa de "porque sí". Los seres naturales
son "porque sí".
No basta
con este criterio, aunque sea el que de ordinario, empleamos para distinguir rosal de mesa. Un ser natural es, además, un
prodigio de simplificación. Y
nos simplifica la vida.
Creemos haber puesto una pica en Flandes —decían los clásicos en
aquellos tiempos en que España andaba empeñada en no salir de los Países
Bajos, y en que se peleaba con picas—, cuando inmensos y complicados
laboratorios nos reproducen la urea, o nos fabrican sintéticamente
cualquiera, o algunos, productos naturales. Si toda el agua que nos hace falta para los mil
usos cotidianos tuviera la industria que fabricarla, la carga que sobre
ella impondríamos sería insoportable y antieconómica. Por suerte la naturaleza nos la da
hecha, y sencillamente buena, sin tinglados ni fábricas ni laboratorios ni
complicaciones industriales o capitalistas. Y no es que la Naturaleza haya
montado laboratorios en que hacer agua; no le hace falta planta alguna en
que hacerla. Parece cual si hubiera simplificado los procedimientos. Claro
que eso de simplificación parece presuponer una inicial complicación, cual
imaginamos que los meandros de un río son el resultado de haber
simplificado el agua de su camino hacia el mar, después de iniciarse tanteos,
de embalsamientos, atascos y vueltas innecesarias. La Naturaleza no ha simplificado
procedimientos artificiales y complicados, iniciales; somos nosotros los
que hemos complicado lo natural,
para reproducir o producir por nuestra cuenta, para nuestros fines, lo
natural.
La naturaleza procede, en cierto modo, como las matemáticas: 1+2 son 3: 1+1+1 son 3 también; 1.1 + 1.2 son 3 también. Dado el 3, no puedo saber de qué combinación de estas u otras innumerables ha procedido; 3 es la simplificación; el estado global, de todas ellas. El valor absoluto de 3, + 3 es el mismo; / — 4 / y / +4/ dan como resultado el mismo: 4.4 es una simplificación de todas esas variedades. Todos saben que la dificultad de la solución de ecuaciones con coeficientes numéricos radica precisamente en que los coeficientes se presentan como números globales, no descompuestos en sus factores o en sus sumandos. Si en vez de darme, y dispénsese
el ejemplo simplicísimo. x2 + x — 2 =
O me dieran x + (2 — 1) x + (—1.2) =
O, y así siempre, no tendría por qué atormentarme con teorías de Galois o
con métodos de aproximación de raíces. Lo malo es que me dan
coeficientes, resultado ya de haber sumado, restado, multiplicado. Nos dan el resultado, que es siempre una
simplificación de la inicial complicación.
Pues bien:
la Naturaleza comienza, y es su secreto, por obrar y ser en forma de
ecuación con coeficiente globales, resultado. Nosotros nos creemos en
la obligación de descomponerlo en sumas, en restas, en factores. . .;
solventar, por análisis, la ecuación. Nos complicamos la vida, y la
mente; cuando, sencillamente, lo dado es un bloque, algo en bulto,
resumido, un Todo. Holismo.
Nos
equivocaríamos, con todo, si supiéramos que la Naturaleza comenzó por
construir paso a paso los coeficientes, hacer un todo a partir de partes
previas. Yo puedo escribir,
sin más, ecuaciones con coeficientes numéricos en bulto, que pondrían en
aprietos, al menos en trabajo, a cualquier
calculista.
Trabaje cualquiera un poquito en
solventar la ecuación
x4 + 2 x3 — 3 x2 + 4 x — 5 = 0. Tal sería el estado natural de la
ecuación; tal como —por decirlo así, y es un dicho— nos la daría la
naturaleza.
La
naturaleza nos da Todos, sin haber comenzado por sintetizar partes; la
técnica intenta deshacer tales Todos en lo que cree son sus partes
previas. Plan de una teoría
de solución de ecuaciones.
Claro que la solución de esa ecuación, dada con coeficientes
globales, todos ya en estado de Todo, que es un viviente cualquiera
—aunque sea tan elemental como una amiba; la ecuación de primer grado en
biología, por decirlo así—, es un problema transfinitamente más complicado
que el que Galois solventó para ecuaciones
algebraicas.
Al viejo
Aristóteles se le escapó en los Físicos una sentencia delatadora por lo
ingenua: "Si la naturaleza fabricara mesas, las haría como nosotros las
hacemos; y si nosotros fabricáramos plantas, las haríamos como las hace la
Naturaleza". La sencillez de
los artefactos de su tiempo le permitía afirmar, sin demasiado escándalo,
aun con puntas de verosimilitud, tal proximidad entre naturaleza y arte,
en lo natural y lo artificial. Si la naturaleza fabricara autos, ¿de qué
marca serían? Y si nosotros
consiguiéramos fabricar hombres, ¿serían como nosotros? La conciencia, y aun la ciencia,
de la distancia entre nuestros artefactos —radar, televisores, radios,
autos, aviones. . .— y lo natural, no nos permite aventurar una afirmación
tan redonda como la de Aristóteles.
¿Distancia?; o lo que es más, ¿diversidad? Ya ciertas ecuaciones
numéricas con coeficientes enteros y positivos exigen, para su solución,
números de otro orden: por ejemplo, complejos o imaginarios. Y lo que la
Naturaleza nos da—como en natural estado—, en Todo, ¿no pedirá un tipo de
soluciones que en nada se parezcan a las numéricas, matemáticas,
cuantitativas?... Pero no voy a continuar por este
camino.
Lo
natural es porque si y un estado de Todo. Holismo y Acausalidad. Porque sí: pariente muy
próximo de Probabilidad. "Porque sí", guiño que nos hace la Naturaleza
hacia teorías cuánticas y estadísticas. Dejemos las cosas en este
punto.
A lo que
iba: Supongamos
benévolamente, no pasa de ser una suposición benévola para nuestra
técnica, que pudiéramos fabricar por síntesis, por composición de partes
inicialmente dadas como separadas e independientes, todas las cosas que la
Naturaleza de por sí, porque sí, en Todo nos ofrece, No solamente la carga
que sobre las industrias y la técnica pesaría llegaría a insoportable
—fábricas de aire, fábricas de agua, fábricas de alimentos, fábricas de
hombres—. . .; recuerden la novela tremebunda de A. Huxiev, The brave new world; lo peor no es
esto. Una técnica perfecta, capaz de fabricar todo, absolutamente todo,
tiene que partir de un material tan bruto, tan indiferenciado, que la
nebulosa de Laplace, toda la materia del universo trocada en gas, no
llegaría aun a tener el estado propio de material suficientemente
elemental, homogéneo, triturado, deshecho, para que sirva a una técnica
perfecta. Capaz de fabricar todo lo que ahora la Naturaleza nos da de sí, porque sí, en
Todos. Todo hecho ya. Para
una técnica perfecta, nada puede hallarse ni dejarse en estado natural. La
técnica perfecta eliminaría, por definición y por eficiencia, toda la
Naturaleza. Para ello, como elemental y primera
condición, sería preciso disponer de lo físico en un estado previo a
materia y radiación, que comienzan por dársenos en estado natural,
naturalmente separadas, en bloque, en todos
característicos.
Al
principio creó Dios los Cielos y la Tierra. ¿De qué? De nada. La técnica,
por su plan propio, por sus secretas o confesadas intenciones, pretende
colocarse como Dios en un estado tal de realidad, que todo haya de
hacerse: hacer luz, hacer cielos y tierra.
Pero esto,
una vez más, no es lo peor. Aunque conseguirlo no consta sin más que sea
lo óptimo. Lo peor nos acecha
por otro lado. Puede ser
posible que, por la técnica, reduzcamos el universo natural a simple
realidad física, anterior a esas naturales, especificaciones en luz y
materia. La bomba atómica —en
el fondo, fondo ontológico, y tolérese este término de mi profesión— no es
sino una reversión de lo físico a la nada de toda especificación; vuelta
al caos, en que ni siquiera caben esas especies tan cuidadosamente
catalogadas en el museo de la escala periódica de los elementos. Nada tiene, pues, de sorprendente
de que con unas bombas atómicas se acabe la Naturaleza. Jamás, hasta nuestros tiempos,
había conseguido el hombre producir el Caos, sin caer, con todo, en la
Nada. Del
Caos, ciertamente, se puede hacer todo. Pero y ésta es mi pregunta ymi
temor: una vez que hayamos reducido todo a Caos, cuando llegue el momento
en que podamos, en principio, hacer de Caos todo lo que queramos, ¿será
posible la reversión a Naturaleza? ¿No quedará irremediablemente reducido
y condenado el universo a Fábrica?
Caos, como
material; máquinas como causas eficientes; planes y proyectos como causas
formales; designios cuales causas finales ¿no harán imposible una
Naturaleza, en que todo se produce sin máquinas, porque sí y de sí, sin planes y proyectos, sin fines preconcebidos, sin designios secretos, a la buena de
Dios?
Nada de lo
que ahora naturalmente vemos: hombres, plantas, animales, minerales,
tendría porqué ostentar o poseer la forma, figura, funciones que ahora nos
ofrecen. ¿Quién se aventuraría a cambiar su corazón, estómago, sistema
nervioso, cerebro.. . por un aparato, por un artefacto que haga lo mismo,
en apariencia pero no por naturaleza sino por técnica? Pulmón artificial.
. . —hasta cierto punto— no
es lo peor. Lo peor pudiera
ser que, al cambiarnos todo lo natural por sus productos técnicos, por
máquinas, ya no pudiera surgir ningún pulmón natural. Que hiciéramos imposible la
Naturaleza. ¿Cómo nos consta
que tal acontecimiento, que haría historia, fastos, gestas.. . no sea
posible, y bien de temer?
Los viejos,
sabios por viejos, nos hablaban de la Madre Naturaleza. Madre, como ser
natural, de que todo lo natural, en cuanto natural procede. Y el crimen de
matricidio se catalogaba entre los peores —el pésimo—. Habían ya descubierto los hombres,
para su desgracia, cómo cometerlo, cómo matar a sus madres. Sólo en
nuestros tiempos, y a partir del Renacimiento, hemos descubierto el modo
de cometer el matricidio de la Madre Naturaleza: la
técnica.
II
LA TÉCNICA DEL RENACIMIENTO Y LA
DE NUESTROS DÍAS
Otro viejo venerable
para los filósofos: Empédocles, en un poema conservado a trozos, a citas,
nos describe un estado del mundo natural en que cada parte natural andaba
por su lado: garras de león, cabezas sueltas, troncos, piernas, dedos.. . Dando
vueltas la esfera del universo, a manos del Amor, fueron encajando unas
partes con otras hasta dar los todos que conocemos: hombres, leones,
rosales, peces. No es peligrosa una garra suelta de león; el peligro surge
cuando se unen en un todo garras, fauces, cabeza, tronco. Y viene al ser
El León.
Los
artefactos que desde el comienzo de nuestra civilización ha ido
construyendo el hombre, no pasaban de partes sueltas, a lo Empédocles:
ruedas, palancas, ejes, remos, cuerdas, ballestas, cuchillos... Se soldaban a veces y daban naves,
casas, mesas, trirremes, telares, carros de
guerra.
En el
Renacimiento —aludamos a Leonardo da Vinci— se inventan nuevas partes y se
sueldan más en uno: polea circular, transmisores de velocidad variable,
puentes giratorios, aparatos para bucear, prensas de imprimir, gato,
cojinetes de rodillo, exclusas...
A la
Fábrica moderna se llegará por sus pasos contados y medidos, aunque no
concienzudamente dados. Al soldarse miles y miles de artefactos en Fábrica
surge el león. Garra en un
Todo. Y comienza la
posibilidad de que nos coma la fiera; de que nos trague la Fábrica. No ha
costado mucho tiempo, ni gran número de escarmientos, el que la humanidad
se haya dado cuenta de la peligrosidad del león; tal vez no hayamos aún
caído en cuenta de lo muchísimo mayor, y más disimulada, de la Fábrica. Y
de la técnica, que es la que la ha hecho posible y real. Hay que ver la cantidad de
artefactos que se han dado cita en un vulgar automóvil. Y la cantidad de
partes artificiosas, y sutiles, que componen esa máquina y fábrica de
opiniones que llamamos sencillamente
Propaganda.
Vamos
construyendo leones. Nos van devorando no sólo vidas: pensamiento propio,
juicio propio, individualidad, personalidad. Porque no seremos tan inocentes
que creamos se reduce la técnica a fabricar televisores, y no veamos que
la propaganda, el Estado. . ., y no menciono más, son otros tantos
productos técnicos, verdaderas fábricas de productos, en serie, que nos vuelven materia prima, en
bruto y aun brutos, hombres-masa, al servicio de máquinas perfectas:
sociedad perfecta, leyes perfectas, orden perfecto estado perfecto,
propaganda perfecta, organización perfecta. . . Temblemos por nuestro ser de
persona cuando a algo que nos atañe le convenga eso de
perfecto.
Hace
meses leí una obra, al parecer insignificante, en el fondo pavorosa, de J.
Huxiey: The Ants. Las hormigas.
El autor escribe continuamente bajo la preocupación de que, si nos
descuidamos, se convierta la humanidad en hormiguero, biológica, fisiológica y anatómicamente tan especializado como un hormiguero.
En una casa colonial, de reducidas y humanas —naturales— dimensiones, con
patio, árboles, fuente. . ., no hay peligro, al menos próximo de que el
hombre se convierta y comience a sentirse hormiga. Pero ¿en un
rascacielos?
En esas
maravillas de la técnica arquitectónica, dignas demostraciones de la
geometría de Euclides y de la Mecánica clásica, ¿no es verdad que, entre
los miles y miles que circulan y pululan por ellas, nos sentimos de
repente un poco hormiga, o abejas? Nos sentimos; y si en todos los órdenes
llegáramos a tener que vivir en parecidos mundos artificiales, soldado
todo en Fábrica integral, ¿no
llegaríamos a ser hormigas? Porque una técnica integral, la Fábrica,
transformaría también nuestro cuerpo y nuestra alma, como en grado,
discreto aún, nuestras ideas funcionan maquinalmente bajo el imperio de la
Propaganda, y se van atrofiando nuestros pies, y sobrándonos sus dedos, a
fuerza de no caminar, por andar en auto, en máquinas. Y no sería de admirar llegara un tiempo
en que en las escuelas no se nos enseñaran las tablas de sumar y
multiplicar, porque abundaran tanto las máquinas de calcular, que ellas
nos dieran hecho el trabajo.
Y nos sobrara el cerebro,
a fuerza y a manos de cerebros electrónicos, y otras diabluras de
la cibernética. Nos pasamos
de optimistas al pensar que aun entonces nos sería posible volver a inventar el
cálculo, y hacer andar por cuenta propia, para nuestros fines, el cerebro.
¿Los cerebros electrónicos no terminarían por volver máquinas nuestros
vivientes cerebros?
La fe del
carbonero resulta, en definitiva, desastrosa para sus mismos maestros; no
teniendo quién discuta, dude, piense, ¿para qué les hace ya falta, a ellos
mismos, el pensar?, y órgano que no se emplea; y más aún, órgano natural
que se suple por máquina.. .
Todo lo
de este mundo —sea ciencia, arte, religión, sociedad, aparatos. ..— se nos
va soldando en máquinas, en Fábrica.
Y esta especie de soldadura autógena, de lo mismo, se inicia,
inocentemente, digo; porque al
revisar los aparatos de Leonardo tenemos la impresión, los
modernos, de que se trata aun de juguetes mecánicos. El submarino de
Leonardo es un juguete; los nuestros en serio. En serio y en serie. Y
cosas hechas en serie no
funcionan sino cuando los que van a utilizar son uno-de-tantos. La categoría de en serie, prez de la
industria moderna —prez o condenación—, terminará con que los hombres no
sólo nos reproduzcamos en serie, sino pensemos en serie, queramos en
serie, marchemos en serie. Como hormigas. ¿Dónde surgirán los primeros
hormigueros, por obra y desgracia de la Fábrica y de la Técnica? Seguramente que nuestra América
—la latina, hispana, como se quiera llamarla— no será, a este paso, el
primer hormiguero.
III
LA CIENCIA EN EL RENACIMIENTO Y EN
NUESTROS DÍAS
En los
tiempos de los griegos, desde Tales a Euclides, los teoremas de la
geometría surgían a la buena de Dios, casi como productos naturales;
iban sueltos —teorema de
Tales, de Pitágoras—.. . Las proposiciones geométricas no se habían soldado en ciencia
geométrica. Estado a lo Empédocles. Euclides monta la primera máquina
geométrica, sus Elementos de Geometría; y desde ese momento, siglo tercero
antes de Cristo, han vivido los geómetras esclavos de esa máquina
infernal, a su servicio, viendo de darle coherencia perfecta, de demostrar
sus teoremas por orden, de sacar otros por deducción pura, de ajustar piezas
tenidas por independientes, postulados, en forma de axiomas o de teoremas.
Máquina mental tan perfecta que quien mete la mano en el engranaje de
definiciones, axiomas, postulados termina por no poder liberar el cuerpo
entero, la mente, de sus garras.
Todos los
geómetras, hasta el siglo XVIII prácticamente, vivieron de esclavos de la
máquina geométrica inventada, inocentemente, por Euclides. Y en esa
máquina, una vez montada, desaparecen por entero los nombres de personas,
como Tales, Pitágoras, Eudoxo, Teodoro, Arquitas.. . Nada tiene que hacer
la persona en una máquina perfecta de conceptos. Hasta el siglo XVIII no
surgen libertos.
Lobatschewski, Boiyai,
Gauss, Riemann descubren que la máquina euclídea no lo es tanto,
pues no es la única. Hay marcas de geometría, como las hay, diríamos
nosotros, de autos y de aviones.
Y la máquina geométrica es mínimamente máquina, precisamente en los
axiomas. Una vez puestos,
libremente, al arbitrio —dentro de amplísimos límites—, las cosas corren
por necesidad, cual quien libremente se echó balcón abajo. Pero libre fue
de echarse o no. La
ciencia del Renacimiento se nos ofrece, mirada desde el belvedere de la
ciencia moderna, como juguete científico. Aún no se ha soldado casi nada en organismo. Ecuaciones
de diversos, y elementales, grados que se descubren esporádicamente y por
métodos especiales, un poco trucos caso por caso, se resuelven. Un poco
más tarde, siempre en el mismo presente histórico, inventa Newton el
cálculo infinitesimal, pero no deja que se suelde la máquina con su
física, con sus Philosophiae
naturalis Principia mathematica, en que no empleará sino métodos
geométricos euclídeos y una buena dosis de metafísica, más inmezclable con
la física que aceite con agua, Y por aquí se inventa la
mecánica racional, por allá la teoría del calor por otro lado la
electricidad y magnetismo; abundan las teorías especiales para dominios especiales. Garras, fauces, patas, tronco...
Empédocles. Pero y si Einstein hubiera podido
darnos una teoría unitaria de campo, y todo resumido en la descomunal
máquina de un principio de acción,
a lo Hamilton, ¿no se habría constituido el león que devora la
inventiva mental en física, pues, en adelante, todo podría ser
encomendado, consecuencia a
consecuencia, aplicación a aplicación, a un cerebro mecánico, a lo Wiener?
La humanidad ha
inventado, a lo largo de muchos siglos, considerable número de lenguas,
bastante arbitrarias, llenas de diotismos, de peculiaridades. Ahora nos
salen con que se pueden construir lenguas perfectas, con sintaxis pura,
máquinas perfectas de hablar, tan perfectas que el esperanto o el inglés
básico son juguetes lingüísticos, muñecas que hablan. Y pretenden que las
aprendamos y hablemos; ¿para qué?, ¿para que terminemos por no saber,
nosotros —yo, tú, él...—, hablar? Porque en eso acabaríamos, caso de
hablar todos una lengua básica, y hacerlo según las leyes de
Carnap.
Por de
pronto dejaríamos de entender la literatura, ¡ Y que nos vengan con eso de
máquinas de traducción automática! Lenguaje de hormigas en hormiguero. No
porque un objeto sea artificial deja de funcionar o funciona peor que lo
natural. Entre piernas y auto, solemos preferir andar en
auto.
Entre
calcular con mi cabeza, y lápiz, y tocar ciertos botones y palancas de una
máquina calculadora, optamos, casi siempre, o nos hacen optar, por que
"calcule ella".
Todos
distinguimos aún, por suerte, entre una fábrica y un árbol. Y nos parece,
con un cierto fundamento, que en nuestro mundo material, visible y
tangible, quedan aún muchísimas cosas en estado natural. Nos
equivocaríamos lamentablemente si creyéramos que la invasión de lo
artificial, de la estructura general de Máquina, y de su síntesis en
Fábrica, queda reducida y confinada a lo material. Las ciencias modernas,
la estructura de la sociedad, del derecho, de la vida, del pensamiento. .
. todo va adquiriendo contextura de máquina y aspecto de fábrica. Y
nosotros: cara, actos, comportamiento, ser, de uno de
tantos.
La
electricidad es, al parecer, un tipo de fuerza o realidad eficiente capaz
de producir efectos de bien diversos tipos: movimiento mecánico, calor,
luz... Si tuvieran razón Einstein, Eddington, Weyí, Kaluza. .. con sus
teorías del campo unitario, y se hallara manera de ponerlas a trabajar con
eficiencia, como a la ecuación einsteiniana entre luz y materia,
dispondríamos de una fuerza capaz de hacer toda clase de efectos. Se
acabaría el mundo natural, en que luz, materia, electricidad, gravitación,
magnetismo están bien divididos, cada uno con forma propia; podríamos
crearnos un universo en que desaparecieran todas esas
diferencias.
Hay ratos
en que no se sabe si uno trata con geometría o con álgebra, con lógica o
con matemáticas, con física o con química, con lenguaje o con lógica
formal. Geometría analítica es máquina inventada por Descartes, en que se
cambian números por figuras y al revés, y que, al menor descuido,
terminarán por perderse esas diferencias bien visibles, interesantes,
entre números y figuras. Y fundamentación lógica de las matemáticas
—logicismo llaman a esta máquina montada perfectamente por
Russell-Whitehead— equivale a que no se sepa ni pueda distinguirse entre
un teorema matemático y un teorema lógico. Se han ido soldando física con
matemáticas, matemáticas con lógica, lógica con metalógica. ¿Dando una
máquina, infernal para la mente de la
persona?
En
tiempos, remotos ya, tal vez envidiables, la geometría sabía a griega, y
se hablaba en griego; el cálculo infinitesimal sabía a teoría de fluxiones
en Newton, a infinitesimales en Leibnitz; ahora nada sabe a nada. Nada
tiene sabor ni personal ni nacional, ni color local. Sólo nos quedan aquí,
por hora, con sabor local ciertas frutas tropicales. Y un poco de
folclore, si apuráis mucho mi benevolencia.
Bergson
hablaba en cierta ocasión del frenesí de las tendencias. Y advertía que
hasta que una tendencia no ha agotado integramente su potencia, sus
ímpetus, o hasta que no se ha estrellado contra un obstáculo, no vuelve
atrás. El hombre no es, como se dice a veces, y a veces viene bien
decirlo, el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. O, como hermosamente interpretaba
Platón, el remirado; el que mira lo que una vez ya vio. El hombre es toro
de buena raza; acomete derecho, se hace
matar.
La
técnica y la ciencia modernas son, en su fondo, una aventura humana. Nos
jugamos el todo por el todo. Terminar de esclavos de la Máquina y de la
Fábrica, o dominar por máquina y por fábrica todo el universo. El peligro,
lo que nos jugamos, es la personalidad. Nos la jugamos a perder o a ganar.
No solamente a perder. ¿Qué es lo que ganaríamos en caso de ganar todo el
mundo, por Máquina y por Fábrica, y con todo no haber perdido nuestra
alma?
¿Podemos
jugar a ganar el Mundo y a no perder nuestra alma?
Tal vez
el Evangelio, en bien conocida sentencia, nos diga que no es
posible.
A
Leonardo da Vinci no le llegó, en firme, en sus tiempos, el momento de
jugarse el todo por el todo. Sus máquinas no pasaban de juguetes
mecánicos; su ciencia, de juguete ideológico. Pero cuando en nuestros
tiempos, una formulita como la de Einstein, E =m c2 lleva de apéndice un ciclotrón, un
betatrón, un bevatrón, y unas bombas atómicas, y la reversión de la
materia natural al estado de Gaos, tal vez nos apremie ya la decisión de
jugarnos el todo por el todo. Máquina contra
Personalidad Fábrica contra Mundo natural. |